La existencia del humano es poco menos que un chasquido. Lo sé mejor que nadie.
Un soplo de energía que no afecta sino en porcentajes sin relevancia al universo. Un soplo que se apaga con un movimiento telúrico, con una erupción volcánica, con un disparo, con los vientos tempestuosos que acarrea un huracán, una caída errónea o incluso una dosis leve de veneno.
Una existencia tan vulnerable... No comprendía cómo es que la supremacía de un planeta entero pertenece a tremenda vulnerabilidad, cómo un ser tan frágil era capaz de traer su propia extinción. Era ridículo, no hallaba razones lógicas en todo esto.
Luego, sentado contemplando el caos que pasaba desapercibido, el aire tóxico y la hambruna, entendí. Entendí que era mejor ignorar la propia vulnerabilidad, el inminente peligro del fin de la existencia, del olvido. Del soplo sin relevancia que es incluso el sistema solar donde se halla el planeta.
Imaginaba de una forma jocosa el caos aún mayor que representaría una realización conjunta de esta realidad explícita. La mente no lo soportaría, supuse.
De igual modo la humanidad no tiene que saber. Al menos no de palabra. No hasta que vean el fuego nuclear trayendo la inminente extinción de tan efímera existencia… porque mi mente no lo soportó, aún con todo el poder que tengo, todas las vidas que siempre pude arrebatar… no soy nada. Y si no soy nada, nadie lo es.
Una última acción benevolente de mi parte. Traer una muerte rápida a todos, antes de que las cosas empeoren. Soy generoso, lo sé, por eso ahora aprieto todos estos botones y hago volar el mundo.
~Microrrelato original de María Paula Tinoco, escrito para Radio Vox.
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